sábado, 25 de octubre de 2014

Le llamaban ruina. Clara I.

Estaba tan rota que la llamaban ruina. Tenía esa forma especial de dejarse llevar por el viento con el vuelo de su falda y colarse en los pulmones de alguien para dejarle sin respiración. Pasaba desapercibida para todos aquellos que no creían en la magia. Pero aunque no lo sabía, era la chica a la que todo el mundo querría hacer feliz. 
Como no tenía a nadie que le vaciara la luna en la copa, cuando el vino se acababa, tapaba sus heridas y nunca se las curaba. Creía que la única forma de no tener cicatrices era conseguir que todas esas heridas se mantuvieran abiertas. Así que por las noches se autodestruía en su cabeza pensando que nunca sería lo suficientemente buena como para bailar al son de alguien sin pisarle los pies si no era la tristeza. Escribía, o mejor dicho: saltaba a todos los precipicios construidos en papel. Lo que para el resto era un vacío para ella era un hogar. Tenía los ojos del color del frio y la misma mirada que la soledad que le acompañaba. Y el corazón le latía una melodía que nunca nadie había sabido descifrar. Sufría por todos y no lloraba por nadie en especial, si no como puede hacerlo una nube en mitad de una tormenta. Suspiraba, como puede hacerlo el viento cansado ya de respirar. Pero ante todo se movía inquieta con los nervios a flor de piel como si se le hubiese colado dentro la primavera, como si le estuviesen saliendo las alas y ella solo desease echar a volar. A la hora de actuar, tenía valores y razones que nadie entendería jamás. Contaba las estrellas y, cuando se perdía, lo volvía a intentar, como si estuviese segura de  poder recoger todas en un tarro de cristal. Y es que, lo que mejor se le daba, era soñar.
- Clara I.

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