lunes, 21 de octubre de 2013

Me gustan esos días en los que cambias la rutina, ya sabes, algo distinto. Estamos tan acostumbrados a seguir unas determinadas costumbres que a veces sólo actuamos en función del día que es. Existen personas que  simplemente por el hecho de ser sábado piensan que tienen que salir a la calle y por el de ser domingo quedarse en casa tapados hasta la cabeza. Yo siempre he pensado que no dependemos más que de nosotros mismos.
Ayer, para mí fue uno de esos domingos que rompen con la rutina. Quién iba a pensar que un domingo iba a estar lleno de energía en lugar de ser un día basado en hacer una maleta y volver a otra ciudad donde vives tu día a día.
Fue un día repleto de risas, y por supuesto, de buena gente. Hubo reencuentros y abrazos con gente que llevaba un tiempo sin ver. Volví a desconectar de todo después de mucho tiempo sin hacerlo y a jugar como si volviese a tener tres años. Como diría mi padre, disfruté como una enana. 
Y es que si a mi me dicen que a día de hoy iba a acabar jugando a las canicas en medio del campo no me lo creo. Tampoco si me hubiesen dicho que iba a jugar a esa clase de juegos que no hacía desde hace años, ni que iba a presenciar un concierto privado y en directo de dos chicos increíbles, uno a la caja y otro a la guitarra. Por no hablar también de la voz tan genial que tiene esa persona a la que yo llamo "pequeño". 
Pero con una de las cosas más importantes de las que me quedo, es que me sentí en familia. Y si hace un año me dicen que iba a encontrar una segunda familia, tampoco me lo creo. Ellos han conseguido demostrarme que una comparsa puede llegar a ser una familia.

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