miércoles, 24 de julio de 2013

Volvía a hacer calor y la dichosa cabecita no dejaba de pensarle. Él, el que siempre aparecía dónde menos lo esperabas. Él, que podía pasar desapercibido siempre que quisiese y ella, que hasta entonces pensaba que la ciudad era demasiado grande como para encontrarse sin tenerlo planeado. Pero él, y sólo él, fue capaz de cambiar sus opiniones al respecto y aprendió que la cuidad es lo suficientemente grande para escondernos y lo suficientemente pequeña como para verse cada día. Y ahí estaba él, que aparecía como si fuese capaz de volar y aparecer en cualquier sitio. Y ahí estaba ella, que después de tanto verle no sabía que existía. Él, que bajaba las escaleras como todos, pero no de la misma manera, y ella, que se deleitaba con solo verle pasar y sonreir, sonreirle. Él, que caminaba con esa gracia que ella era capaz de distinguir desde kilómetros de distancia y ella, que lo miraba con esos ojos marrones que eran capaz de decir mucho y poco a la vez. Y si hablaban de los ojos, ella aún no era capaz de distinguir el color de los de él, siempre tan cambiantes y enigmaticos. 
Y centremonos en ti, digo en él. Alto y de brazos fuertes, de ojos mágicos y cara alegre. Expresivo hasta los extremos, del que podía verse desde lejos en qué momento emocional de su vida estaba, o al menos podía verlo ella. Oficial amante de los perros, los dibujos animados, los libros, aunque no todos, y las películas. Y las series. Y la comida y la cerveza. Y su amante principal, la música. Y qué clase de música. Esa que no escuchaba casi nadie, pero si la escuchaba ella. Y luego estaban sus manos, que parecían lo más fuerte del mundo pero eran lo más suave que jamás la habían tocado. Y su pelo, su brillante y suave pelo que el tanto adoraba y hacia que el resto adorase. Y sus palabras. Y su colonia, ésa que ella percibía desde la distancia y que él dejaba por todos lados. Y sus despistes. Y sus carcajadas. Y esa calvita en su barba. Y su forma de abrazar. Y su forma de dibujar. Y lo perfecto de su sonrisa. Y esa camisa que tan bien le quedaba y tanto odiaba ella, o que no odiaba. Y lo curioso y hermoso de su ropa. Y lo intrigante de él en conjunto. Y lo loco que estaba y lo que le hacía reir a ella. Y la confianza que inspiraba, y lo sensible, mimoso y adorable que era. Y sus preferencias. Y su forma de pensar, y su forma de ser. Y lo familiar que era.
Y luego estaba yo, que diga ella. Que aún no había conseguido definirse, o no habían conseguido definirla, o lo que quiera que fuese. Estaba ella, con carrera y varios máster en comerse la cabeza.

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